A veces me siento en el borde de la ventana y apoyo los pies en las tejas.
Me gusta recordar cuando te veia por aquí.
Y si llueve procuro no mojarme, pero siempre termino empapándome los ojos.
Hasta que los labios no cambian a un tono más púrpura y mis dientes comienzan a chasquear,
no dejo de observar el cielo.
Entonces procuro que nadie se de cuenta de que sigo fuera, y vuelvo a la realidad de mi cuarto.
El cristal de la ventana siempre me devuelve un reflejo que evito: la palidez de un rostro triste.
Esta vez los ojos llovieron más de la cuenta, los recuerdos rebalsaron las pupilas y el agua se
cayó de las pestañas, derramando sal por las mejillas que solían ser rosadas.
Incluso eso hace que me precipite. El agua salada me recuerda al mar, y el mar me recuerda a ti;
a tus idas y venidas, a cómo tus olas rompían contra mis rocas...