martes, 23 de agosto de 2011







Me he acostumbrado  a esta ventana.A levantarme cada mañana totalmente envuelta  y perdida entre las sábanas  blancas con aroma a lavanda.


Con la cabeza oculta bajo la almohada que tantas veces se cansó de mis charlas y de que la empape de lágrimas.


La ventana siempre está abierta de par en par, con sus puertas de madera antigua,separada del exterior por un frágil cristal.
Me deja ver más allá de la luz que cada amanecer me despierta dándome en la cara, más allá de los atardeceres en los que el sol es el protagonista, más allá de las estrellas que todas las noches bajan acompañadas por la luna.




Esto y más es lo que él no podía ver : el sendero hasta la montaña ,desde la que con la punta del dedo casi toqué el cielo el dia que me besó.


El mar al fondo, un espejo que refleja fuertemente todo lo que se pose encima de él.
Las flores de miles de colores que todas las primaveras destacaban más de lo normal, y aquel pino plantado a la derecha ,que todos los inviernos se impregna de nieve y parece teñido de blanco.


Puedo ver mucho más que los demás, me inundo de nostalgia cuando la nieve cae en las noches más frias del año, o cuando las hojas se desploman con cálidos colores mientras el otoño afila sus garras.


Me encantaría poder invitarte algún día a contemplar, desde aquí, los fenómenos de la naturaleza. Los que hacen que las costillas se me claven en los pulmones y el corazón se me suba hasta las pupilas haciendo que éstas se cristalicen .


Me encantaría poder enseñarle a él, lo que no pudo ver cuando vino.